Estoy tumbado en una roca. El frÃo del desierto empieza a hacerse notar y se cuela entre los pliegos de mi ropa. La precaución me aconsejó traer chaqueta, buena decisión. Y una toalla en que la apoyar la cabeza.
Laptop encendido, escribo estás lineas mientras las pulsaciones del teclado se convierten en gritos que anuncian mi estancia a los otros ocupantes. Una polilla (?) me ha intentado saludar ahora mismo (la luz de la pantalla seguro que las atraerá a montones en poco tiempo)
Y bueno, aquà estamos. Por fin se ha cumplido esa idea de visitar algún dÃa este parque mágico aunque sencillo. Mágico por una mera asociación de ideas entre la música y la vida misma, pero mágico a fin de cuentas.
Desde esta esquina del Mojave Desert se escuchan truenos en la lejanÃa, a pesar de que ni una sola nube se avista en el horizonte. Parece que de terremotos se tratase, o explosiones en la distancia de una guerra que se fragua no muy lejos de aquÃ. Imposible describir este silencio que tan pronto rompe un insecto con el batir de sus alas como yo mismo con mis procesos gástricos.
Hasta ciento punto me sabe este viaje a fin de etapa. Me sabe a comienzo del fin que me llevará de vuelta a casa. Este verano sin ir más lejos podré trabajar un mes completo desde Toledo. Esperemos que como buen presagio de lo que luego será el trabajo en Navidad y más adelante también desde la distancia relativa de Europa.
Pero lo cierto es que el sentimiento de fin de etapa no es sino una intuición. No hay nada que me haga saber a ciencia cierta que me estoy preparando para no volver jamás. O por lo menos para no volver sino ocasionalmente, dándole la vuelta a la tortilla de viajes.
Extraño pero cierto. Es asà como me siento, un poco expectante ante lo que será este verano, pero al mismo tiempo asumido el sino del que vive lejos y se encuentra bien. ¿Qué razones tiene para volverse? Muchas. ¿Cuáles acaban por tener peso definitivo? Pocas: boda y mortaja, que del cielo bajan.